La creatividad de Dolissa Medina y Gera Ananias Méndez Soria se une en Grito Viejito, una poderosa presentación interdisciplinaria que explora la historia personal, las tradiciones culturales y las realidades de vivir con VIH.
En Old Man / Sick Man / Shout reinterpretan la tradicional danza mexicana La Danza de los Viejitos desde la perspectiva de la supervivencia queer y la defensa a largo plazo de quienes viven con VIH. Medina, radicada entre Berlín y EE.UU., y Méndez, desde Oakland, tienen sus raíces en la escena artística latina de San Francisco de los años 90. Aunque ambos han estado profundamente involucrados en educación sobre el VIH y activismo cultural, esta es su primera colaboración importante.
Para Medina, este proyecto es profundamente personal. Perdió a su primo por SIDA cuando era adolescente, una experiencia que la marcó profundamente. La imagen del envejecimiento prematuro se convirtió en el eje central de Old Man / Sick Man / Shout. Méndez, sobreviviente de VIH a largo plazo, aporta su propia historia al proyecto, utilizando el arte para expresar las complejidades de vivir durante décadas con la enfermedad. Juntos, exploran cómo el VIH ha moldeado tanto a sus comunidades como a sus vidas personales.
La enfermedad cobró su precio, exigiendo un ajuste de cuentas urgente. Tanto Medina como Méndez se involucraron en proyectos culturales que fusionaban la expresión artística con la educación vital, sus caminos rozándose, pero sin entrelazarse del todo. Tomaría décadas para que su visión artística compartida se consolidara en lo que hoy late con una resonancia tan conmovedora.
Para Medina, el origen de Grito Viejito nace desde lo más personal.
“Perdí a mi primo por el SIDA en 1988, cuando yo era apenas una adolescente,” recuerda. “Él tenía 27 años, y presenciar cómo su cuerpo se deterioraba así—me dejó una marca imborrable como niñe queer. Era joven, pero encarnaba todo lo que yo temía: el estigma, el sufrimiento y la muerte temprana.”
Esa imagen persistente moldeó su comprensión de cómo el VIH distorsiona la percepción del tiempo, forzando a la juventud a una vejez prematura. Esa visión desgarradora la llevó de vuelta a La Danza de los Viejitos—la danza tradicional mexicana en la que jóvenes intérpretes emulan las fragilidades de la vejez.
Medina creció en la frontera entre EE.UU. y México, impregnada del movimiento de esa danza, pero ahora su juego inquietante entre juventud y decadencia se convirtió, para ella, en una metáfora dolorosa del desgaste provocado por el VIH. Ese motivo se volvió el alma de su cine.
Méndez, quien vive con VIH desde principios de los años noventa, sintió una afinidad inmediata con los temas del proyecto.
“Cuando Dolissa me trajo esta idea, su verdad era innegable,” reflexiona. “El VIH ha moldeado mi vida de una forma tan profunda, y el arte siempre ha sido mi manera de entenderlo. La figura del viejito—es como si me hubiera estado esperando.”
Méndez, cuya línea materna lo vincula con el pueblo purépecha de México, encontró múltiples capas de significado en la danza. La Danza de los Viejitos fue originalmente un rito espiritual, una comunión con los espíritus para pedir bendiciones. Evolucionó hacia una sátira de la fragilidad colonial y luego, con el paso del tiempo, adquirió el peso del duelo y la resiliencia.
Para Méndez, la danza se convirtió en un emblema personal y político—un prisma de supervivencia.
Su primera colaboración, un cortometraje titulado Viejito / Enfermito / Grito (Old Man / Sick Man / Shout), ofrece una reinterpretación profundamente estratificada de la danza tradicional. En él, Méndez encarna tres figuras, cada una un fragmento de su experiencia vivida.
Primero está El Viejito, cuyos gestos exagerados bailan entre el humor y la fragilidad. Luego viene El Enfermito—el hombre enfermo—cuyos movimientos expresan el desgaste del VIH: dolor articular, falta de aliento, fatiga. Estas son las pruebas silenciosas de lxs sobrevivientes a largo plazo, ausentes del discurso dominante. Finalmente, El Grito—la voz que clama—emerge como sanador, un curandero chamánico que canaliza la fuerza colectiva y la posibilidad de transformación.
Las transiciones de Méndez entre estas figuras evocan la interacción inevitable entre vulnerabilidad y fuerza, mortalidad y resistencia.
El arquetipo del sanador herido resuena profundamente para Méndez.
“El VIH—ha sido tanto una maldición como una forja,” reflexiona. “En los primeros días, cuando no había tratamientos, me dieron una sentencia de muerte. Pero me negué a rendirme. El arte se volvió mi santuario, mi alquimia. A través de él, convertí mis heridas en algo feroz, algo vivo.”
Su historia refleja la de innumerables sobrevivientes a largo plazo que han desafiado las probabilidades, transformando el sufrimiento en testimonio creativo.
En el centro de la performance está el bastón, un símbolo discreto pero cargado de potencia. Tradicionalmente usado como un accesorio para conectar a lxs bailarines, en el film se transforma en una metáfora de la interdependencia dentro de la comunidad queer.
“El bastón tiene tanto significado,” explica Medina. “Habla de las formas en que nos sostenemos unxs a otrxs, pero también de cómo el VIH conecta nuestras historias, da forma a nuestras vidas.”
Un momento del film, cuando Méndez finge barrer pastillas en un gesto de rebeldía silenciosa, captura la frustración de la supervivencia—una vida preservada por tratamientos que también aceleran el envejecimiento.
“Es una paradoja,” señala Méndez. “Estos medicamentos nos salvan, pero también nos marcan. Esa complejidad, esa ambivalencia, debe ser reconocida.”
La colaboración se expande, entretejiendo otras voces. Carlos Osuna, artista del bordado, aporta vestuarios con diseños de U=U (Indetectable = Intransmisible), patrones que se convierten en una declaración sutil pero poderosa contra el estigma.
El hermano de Méndez, Rodolfo Pérez, enriquece la narrativa a través de la fotografía. Su serie La Presencia del Tiempo captura la tensión fugaz entre juventud y deterioro.
En una de las imágenes, Méndez presiona la máscara del viejito contra su pecho, sus rasgos suspendidos entre la sombra y la luz, la vida y la muerte. Estas obras invitan a una contemplación profunda, donde el espectador enfrenta no solo el duelo personal, sino también la fuerza colectiva.
El proyecto mira hacia el futuro con El Portal del Silencio, una experiencia inmersiva que invita al público a entrar en un espacio más allá de las palabras.
“Queremos llegar directo al alma,” comparte Méndez. “Se trata de la quietud, de sentir la historia en el cuerpo.”
Medina ve esta evolución como parte de una misión más amplia:
“La reparación del mundo queer,” así lo llama. “Muchxs de nosotrxs, especialmente quienes vivimos con VIH, venimos de lugares de ruptura. A través del arte y la comunidad, encontramos formas de reparar, de transformar. Eso es esta obra—un espacio para sanar, para recordar, para crear algo bello a partir de todo este dolor.”
En Grito Viejito, Medina y Méndez han forjado algo extraordinario: un puente vivo entre la memoria y el movimiento, entre el pasado y el presente.
Es una oda a la supervivencia y un manifiesto de resiliencia, que lamenta la pérdida al mismo tiempo que celebra el poder perdurable de la comunidad y la creación.
Para apoyar este proyecto vital, se pueden adquirir impresiones de la exposición en Artsy.net. El 81% de los ingresos se destina directamente a su expansión.
También se pueden hacer donaciones a través de igg.me/at/grito.
Al apoyar Grito Viejito, amplificamos las voces de lxs sobrevivientes de VIH a largo plazo, asegurando que sus narrativas resuenen por generaciones venideras.
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